martes, 5 de febrero de 2013

Bichocielo de levante-

Ayer el cielo caminó por el cielo. 
Avanzó lento, gruñendo, mostrando al retorcerse todos los grises que el ser humano es capaz de percibir. La escala completa. 
Cuando no pudo acercarse más, cuando estábamos así nariz con nariz, se llovió todo, se llovió entero. Gradual, como en la escala de grises, fue la escala de aguas. El agua con su aire que limpia, con la brisa. Haciendo subir todos los verdes, correr todas las hormigas, mover todos los peces.
Para este entonces el mar, con sus azules y su hamaca, ya se movía con resignación. 
El bichocielo caminante del cielo vomitaba agua. Nos sumergía a todos en un mar personal, como hace la lluvia. Nos dejó perplejos, quietos, sonrientes de sonrisas lentas. 
Al terminarse el agua, el Bichocielo desplegó unas aletas de luz. De luz y agua reflectante estallando en colores. También fueron todos los colores juntos, ordenados, unos al lado de otros, prolijos, en arco. Todos los colores que mi retina era capaz de recibir. Enormes arcos, que no se dejaban atrapar por ninguna cámara fotográfica, por ningún corazón allí presente.
Pintó Bichocielo su cuerpo de naranjas y violetas que danzaban para él. Como una coreografía fluida y despojada. Era como si él le estuviera dando permiso al sol para dormirse.
Bichocielo ya tenía para ese entonces, hace rato, la disponibilidad de mi amor. Su cortejo había sido más que suficiente. Yo era una presa fácil y entregada, mansa y dispuesta.
Sin embargo él, corrió, cubrió otra vez, por quinta vez, mis ojos de una belleza casi violenta. Un esplendor tan fuerte que se volvía complicado de digerir. Cubrió los ojos de todos con una negrura infinita, la negrura más negra, hasta que finalmente abrió la boca y escupió millones de puntos de luz en el aire.
No sé a quién estaba buscando enamorar. Quizás estuviera en duelo con el mar. Con las dunas amarillas suavemente gigantes. Quién sabe. 

Lo cierto es que a mí, Bichocielo, ya me habías ganado-