martes, 31 de julio de 2012

menosmal

me depilé después de largo tiempo
pensé que esos pelos son como la barba de los hombres
ellos la dejan crecer y la cortan cuando quieren
y les cambia la apariencia de la cara

cuando era piba decía que quería
la depilación definitiva
menos mal que nunca tuve plata para hacerla

no tendría el placer de ver crecer mis pelos
de tocarlos
de sacarlos con pincita
de depilarlos cuando yo quiero

domingo, 29 de julio de 2012

Abuela dos

Al otro día, la otra abuela. No sé por qué el recorrido. No lo pensé, me salió. Una abuela, otra abuela.

Cuando abrió la puerta, dos cerraduras y pasador en un octavo be, me tocó la cara con las manos y sonrió. Siempre dice "Tanto tiempo" 
El tiempo es tan raro. No quiero ni pensar en si existe o no porque me da vértigo.


Tiene noventa años, y tiene tos. Sólo tos. Y algunas tristezas. Dice "Acá ando, como puedo"
Tiene la piel divina. Sus pensamientos son tan agudos y tan rápidos. Me contó que ya no se compra el diario porque le gusta mucho leerlo, y entonces se pasa todo el día leyéndolo y no hace otra cosa. Me dijo eso mientras tendía unos trapos en el lavaderito.


Me regaló botones, una caja de lata y unos libros de mi abuelo. Me dio varios ya. Iba recorriendo la biblioteca y me preguntaba ¿Einstein te interesa?


Cada vez que voy hay fotos diferentes en la biblioteca. Había dos en las que yo aparecía. Una de cuando tenía más o menos ocho años, toda despeinada. Y otra de más chica con mi hermano Martín.


Yo soy medio ratona y me interesa todo. Me traje los viajes de Marco Polo. Fascinante. Yo creo que me hubiera ido a la mierda como Marco Polo. 


Se siente fuerte el viento en el octavo. Pensé mientras la abuela revisaba sus mails. 


También me dio un chocolate. 
Me parezco a ella en que nos gustan demás los chocolates. 
Y en que somos exageradas y dramáticas, a lo García Lorca.

viernes, 13 de julio de 2012

sin costura

Domingo
con lo que me cuestan a mí los


Abuela número uno


Me tomé el tren Roca después de mucho tiempo. Atravesé la capital hasta salirme de ella.
En el oeste está el agite, es verdad. Bajé del tren y mis pies me llevaron hasta lo de mi abuela, usando la memoria de los pies llegué. Aunque debo decir que en una calle doblé mal, y di con una esquina desconocida. Un chico en la soledad de la tarde mediodía. Un chico en una patineta. Me dijo buenas tardes.


Toqué el timbre y mi abuela vino y me dijo estás más alta, o será que yo ya estoy achicándome. ¿Querés tomar algo? Unos mates. Nos sentamos en la cocina. La casa de mi abuela es para mi una ausencia del correr del tiempo, un espacio sin tiempo, un lugar donde el tiempo no entra. No sé si tengo ocho años, doce, veinte. Entrar a su casa y verla con sus vestiditos, con el olor rico, con el mate dulce. La foto mía esa con el buzo rosado, de cuando tenía tres años. Las plantitas en los focos de luz quemados. Los imanes en el calefón.


Charlamos. Enseguida encuentro algo para pedirle que me ayude. Esta vez a coser una bolsita. Mi abuela se hace abuela cuando me ayuda con algo, cuando me aconseja con algo, cuando abre los placarcitos y empieza a sacar puntillas, botones, telas. En ese acto de guiarme se abueliza.
Yo me dejo, obviamente. Aunque me gusta probar hacerlo yo y agarrar la máquina y verla al lado mirarme los recorridos chuecos de mis costuras.


Cuando yo era joven -me dice- mi mamá me decía hija tenés que aprender a coser, te vas a casar. Y yo le decía para qué. Yo no quiero coser. No me gusta. El que me quiera, que me quiera sin costura. 
Me miró y me dijo ¿Por qué tenía que aprender a coser para casarme? 
Mi feminismo de libros se hizo pequeño ante este, el de ella, salvaje, decidido.


Después, quise aprender, y cosí. 


La tele estuvo prendida toda la tarde aunque nunca la miramos. Voces que hacían ruidito. 
Me regaló unas medias, un pendorcho para hacer flores de lana, uno para hacer pompones. Yo me enamoré de sus pompones. Me dijo, qué loca cómo los tocás.
Nos reimos mucho. Nuestro sentido del humor se parece, como se parecen nuestras caderas, narices y ojos ojerosos.


En un momento me dijo que no entendía por qué en algunos lugares era invierno y en otros verano. Traté de explicárselo con una mandarina y un velador. Creo que me embarullé.
Ella me miraba atenta.
Después me dijo que cuando fue al sur y veía caer los pedazos de hielo del glaciar, se emocionó tanto que se puso a llorar y se abrazó con una mina que no conocía.
La naturaleza es tan bella.


Me sentí un poco boluda con mis explicaciones


Ojalá cuando sea vieja yo, sea tan abuela como Zulema-