Atravieso una plaza.
La camino. Me dispongo a sentirla.
Las plazas son tan complejas, son pedazos de ciudad en los
que la gente puede permanecer de manera anónima. Quedarse, estar, encontrarse,
esperar. No es lo mismo el anonimato de ir caminando por la calle que el de
sentarse en una plaza. Que el de esperar en
una plaza. En estos espacios verdecemento se da una hibridación de patio-living-calle
más que interesante.
Atravieso la plaza,
decía, caminando lento, y cuento una, dos, tres parejas peleando.
“¡No lo puedo creer!”
Grita una chica rubia sentada en un banco, con las piernas sobre un pibe
vestido de negro y con cara de perplejidad. Evidentemente la está dejando, o
confesándole que ha estado con otra persona. La chica llora desconsolada,
exagerada, tomándose la cara con ambas manos.
La segunda: “No se
puede hablar con vos Rocío, no tenés coherencia” escucho, y veo como se clavan
las palabras de un oficinista de traje negro en el cuerpo de la pobre Rocío. No
le veo la cara, pero me la imagino.
Los otros dos que veo
están en un impás de silencio, con las miradas perdidas, disparadas la de él
hacia un árbol, la de ella hacia el cielo. Ella quiere llorar, siento. Aunque
no dicen nada, o a causa de ello, vibro la pelea, estoy segura de que algo anda
mal.
Luego de estas tres postales, recuerdo. La mayoría, casi
todos mis amores nacieron y murieron en plazas. Caigo en la cuenta. Los cuento.
Recuerdo sus nombres. Un hilo conductor fácil, gráficamente armónico.
Al conocer a alguien, empezar a entablar alguna conexión, la
plaza es el lugar más íntimo entre los lugares públicos. Es como invitar a
tomar mates pero sin el despelote, la hilacha, el bardo de la propia cocina. Se
puede relajar, sacarse las zapatillas, pero sin exponerse tanto; dando la información
necesaria, justa, deseada. Dándole al nuevo ser pedazos de mí que elijo, que
quiero, que dosifico. Siento que mi casa es un escalón más, un adentro al que
no llega cualquiera. La plaza viene siendo entonces un living público, un
pasillo, una vereda de todos. Un antes de casa en el amor.
Cuando el amor se gasta, se desarma, también la plaza. Para
discutir, pelear, llorar, gritar como la chica rubia. Nadie quiere que la tristeza,
que empieza siendo líquida, luego gaseosa y finalmente sólida pesada cuadrada- quede
plantada en su territorio. Nadie quiere que la pelea resuene luego de los días
en la propia casa. Entonces, para terminar, para terminar de matar el amor, los
amantes se encuentran en las plazas.
Sigo caminando, ya no
sé bien en dónde me encuentro. Atravesar esta plaza hoy ha sido un viaje hacia
adentro de mi propio tiempo, caminé en diagonal haciendo equilibrio por mi
línea del tiempo del amor. Me angustié un poco. Me reí.
Pude querer a la
plaza. Es difícil describir mi sensación, porque si bien no era yo la chica
rubia, ni Rocío, ni la muchacha con los ojos al cielo; ellas me transportaron a
mi vida y a mí. Vi una película. Me emocioné. Una se emociona a partir de la
identificación.
Así que finalmente hoy
fui un poco esas tres mujeres.
Sí y no.
Así como la plaza es y
no es parte de la casa.
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