Desde hace
un mes más o menos estoy incubando en mi cuerpo larvas de otro ser vivo. Como
una especie de vientre de alquiler, pero de piel. Con tanta medicación,
pastillas de esas chiquitas que no sé por qué una intuye que son las más
poderosas, están muriendo. Secándose en mí. Dos de ellas. Las otras dos me las
saqué yo misma, con una pinza de depilar, acompañando el momento con algún que
otro alarido.
Durante el
viaje había tenido miles de picaduras, por todos lados, en cada rincón del
cuerpo. No distinguí en un primer momento que éstas eran diferentes. Cuando las
vi evolucionar, tuve intenciones de consultar con algún médico. Pero no fluyó.
Una vez en una guardia me dijeron que no podían verme porque no era una
emergencia, ya que me preguntaron señora hace cuánto tiene las picaduras, y yo
respondí hace dos semanas. Quería mostrárselas a gente de la zona, confiando en
que conocerían a este insecto hippie que te deja los huevos y se va a la
mierda. No. No pudo ser. Una señora me miraba, en la sala de espera de la
guardia, y yo le pregunté entonces si me las quería ver. Mostré mi panza herida
y a esa altura infectada. La señora segurísima dijo que no es picadura, que son
“nacidos” ¿Nacidos? Traté de corroborar. Sí, le salen de su propio cuerpo, de
su sangre podrida. Con esa hermosa imagen en mi cabeza volví caminando al
camping a dibujar con Flor, y a meterme a la pile.
Llegué a La Plata un sábado. El domingo
siguiente estuve en la casa de mi abuela en Buenos Aires. Ella aportó su
respectiva crema, consejo y gasa para comprimir. Amor. Parece que el amor y la
adermcina en nada perturban a estos maravillosos seres que se las arreglan de
diez. Sólo quieren un pedacito de cuerpo para poder ser. Lástima que a mí me de
tanto rechazo y no piense en otra cosa más que en su despedida. Una pena,
realmente.
Primer
médico en La Plata. Guardia.
Situación emocional de guardia médica, gente entristecida, enojada,
enfermedades. Gente que se empecina en sentir que el tiempo no pasa más, que
los médicos tardan, que todo es una mierda. Ese tiempo muerto de la espera. Una
señora en particular que contaba una y otra vez los numeritos, “primero va la
señora, después el hombre, después vos que tenés el 85 y después sigo yo” Nos
contó veinte veces. Un señor a mi lado no paraba de conversarme, por suerte un
copado. Me gusta escuchar los relatos de los viejos. Era melanco, pero melanco
moderado. Antes de que venga el señor y me hablara estuve leyendo mi libro que
llevé a las vacaciones y no terminé, y que está todo ondulado, porque una vez
se me cayó al agua, bah, nos caímos al agua los dos y todas las demás cosas que
llevaba. Y quedamos ondulados todos.
El médico
que me atiendió era un chabón joven, unos treinta años, en el entusiasmo de sus
inicios profesionales, por suerte, para los dos. Le expliqué yo lo que tenía.
Es una mosca. Se llama Ura. Te deja los huevos. No quisiera que nazcan, por
favor, más bien que me los saquen. El médico se reía dentro de su guardapolvo
blanco… Me dijo, ¿Y a qué te fuiste a Paraguay? La pregunta del verano. Como Se
eu te pego fue el tema del verano, esta fue la pregunta del verano. “¿Qué,
tenés parientes allá?” Después de mis ganas de no contestar eso y pilotear, el
pibe se fue a leer en Internet acerca de la mosca. Sí. Se fue a leer en
Internet y me dejó sentada en la salita de la guardia, sintiendo a través de la
puerta de madera la mirada penetrante de la señora cada vez más desquiciada. En
un momento entró –la señora- y me preguntó por el médico, mirando la silla
vacía… La señora había dado sus opiniones a todos los que esperaban ser
atendidos, acerca de sus respectivos males, sobretodo a una chica paraguaya que
tenía una cara de dolor que mama mía. Le decía, te van a mandar a hacer análisis
de todo, vas a ver, te van a poner una inyección ahora. La señora tenía la
necesidad de anticipar más o menos cuánto tardaríamos cada uno con el médico,
para calcular cuánto faltaba para que la atendieran a ella. Yo rogaba que no me
preguntara a mí que me pasaba. No quería explicar mis larvas ante tal
auditorio. Imagino que les cagaría la competencia. La gente suele competir, quién
está más complicada, no, y a mí me operaron tres veces del estómago, y yo…
sobretodo en estos micromundos-climas que son las salas de espera. O no, en
realidad no, había una señora con un ano contranatura, que estaba re podrida de
esperar. Sus sobrinos le habían tirado por equivocación la caja de medicamentos
a la basura. Un bajón, pobre. No voy a esperar veinte negras adelante mío, dijo
enfurecida y se paró y abandonó la salita. Una menos, seguro pensó la señora
impaciente.
Bueno, el médico
volvió. Me indicó vaselina sólida y gasa para que la bicha no pueda respirar y
salga. Y andá a ver a una dermatóloga. Se reía más. Seguro se lo contó a sus
amigos o a su novia esa noche. Y dijeron, no te puedo creer, qué asco.
En esos
días en que esperaba mi turno con la dermatóloga, salieron dos. Juli, mi
vecina, las metió en un tarrito, que
luego yo le habría de obsequiar a la dermatóloga.
Qué lindo,
decía irónicamente la médica. También llamó por teléfono a una colega, investigó.
Me dio esas pastillitas chiquitas que creo están fulminando a mis larvas. Volvé
a verme el miércoles, me dijo, voy a probar con pinzas, sino puedo, habrá que
intervenir quirúrgicamente, no te aseguro nada. Me llamó un día, me consiguió
un remedio que era caro, me preguntó cómo estaba. Una copada. Todavía existen médicos
copados.
El miércoles,
fui convencida de que me las sacaría. Con mi acompañante dibujábamos en la sala
de espera. Otra sala de espera más. Qué hacen, dijo ella cuando abrió la puerta
del consultorio para hacerme pasar. Dibujamos, contesté yo. Y entré. Liliana,
la dermatóloga, escarbó delicadamente –para mi gusto- No pudo sacarlas. Conversaba.
Yo sentía como los bichos pinchaban. Me dijo que había pensado lo del corte y
que no daba, no valía la pena cortar por esto. Tomate otra de esas pastillitas
y se van a morir.
La cosa es
que cuando mueran, mi cuerpo decidirá qué hacer, si sacarlas o no.
Ahora
espero. Que mi cuerpo gestione, resuelva. Me pican un montón pero ya no duele,
y están como secas.
En estos días
me atacaron muchísimos mosquitos, entró una laucha en casa, cucarachas, arañas.
Quizás las larvas hicieron que yo despida algo que atrae a los bichos. Quién
sabe. Quizás entre en una metamorfosis kafkiana, y pasado mañana me encuentren
mis vecinos convertida en mantis, o en babosa. Ojalá aguante hasta el miércoles,
que tengo que ver otra vez a la dermatóloga y llevarle sus dos bonos bé.