lunes, 13 de febrero de 2012

había una vez una mosca


Desde hace un mes más o menos estoy incubando en mi cuerpo larvas de otro ser vivo. Como una especie de vientre de alquiler, pero de piel. Con tanta medicación, pastillas de esas chiquitas que no sé por qué una intuye que son las más poderosas, están muriendo. Secándose en mí. Dos de ellas. Las otras dos me las saqué yo misma, con una pinza de depilar, acompañando el momento con algún que otro alarido.
Durante el viaje había tenido miles de picaduras, por todos lados, en cada rincón del cuerpo. No distinguí en un primer momento que éstas eran diferentes. Cuando las vi evolucionar, tuve intenciones de consultar con algún médico. Pero no fluyó. Una vez en una guardia me dijeron que no podían verme porque no era una emergencia, ya que me preguntaron señora hace cuánto tiene las picaduras, y yo respondí hace dos semanas. Quería mostrárselas a gente de la zona, confiando en que conocerían a este insecto hippie que te deja los huevos y se va a la mierda. No. No pudo ser. Una señora me miraba, en la sala de espera de la guardia, y yo le pregunté entonces si me las quería ver. Mostré mi panza herida y a esa altura infectada. La señora segurísima dijo que no es picadura, que son “nacidos” ¿Nacidos? Traté de corroborar. Sí, le salen de su propio cuerpo, de su sangre podrida. Con esa hermosa imagen en mi cabeza volví caminando al camping a dibujar con Flor, y a meterme a la pile.
Llegué a La Plata un sábado. El domingo siguiente estuve en la casa de mi abuela en Buenos Aires. Ella aportó su respectiva crema, consejo y gasa para comprimir. Amor. Parece que el amor y la adermcina en nada perturban a estos maravillosos seres que se las arreglan de diez. Sólo quieren un pedacito de cuerpo para poder ser. Lástima que a mí me de tanto rechazo y no piense en otra cosa más que en su despedida. Una pena, realmente.
Primer médico en La Plata. Guardia. Situación emocional de guardia médica, gente entristecida, enojada, enfermedades. Gente que se empecina en sentir que el tiempo no pasa más, que los médicos tardan, que todo es una mierda. Ese tiempo muerto de la espera. Una señora en particular que contaba una y otra vez los numeritos, “primero va la señora, después el hombre, después vos que tenés el 85 y después sigo yo” Nos contó veinte veces. Un señor a mi lado no paraba de conversarme, por suerte un copado. Me gusta escuchar los relatos de los viejos. Era melanco, pero melanco moderado. Antes de que venga el señor y me hablara estuve leyendo mi libro que llevé a las vacaciones y no terminé, y que está todo ondulado, porque una vez se me cayó al agua, bah, nos caímos al agua los dos y todas las demás cosas que llevaba. Y quedamos ondulados todos.
El médico que me atiendió era un chabón joven, unos treinta años, en el entusiasmo de sus inicios profesionales, por suerte, para los dos. Le expliqué yo lo que tenía. Es una mosca. Se llama Ura. Te deja los huevos. No quisiera que nazcan, por favor, más bien que me los saquen. El médico se reía dentro de su guardapolvo blanco… Me dijo, ¿Y a qué te fuiste a Paraguay? La pregunta del verano. Como Se eu te pego fue el tema del verano, esta fue la pregunta del verano. “¿Qué, tenés parientes allá?” Después de mis ganas de no contestar eso y pilotear, el pibe se fue a leer en Internet acerca de la mosca. Sí. Se fue a leer en Internet y me dejó sentada en la salita de la guardia, sintiendo a través de la puerta de madera la mirada penetrante de la señora cada vez más desquiciada. En un momento entró –la señora- y me preguntó por el médico, mirando la silla vacía… La señora había dado sus opiniones a todos los que esperaban ser atendidos, acerca de sus respectivos males, sobretodo a una chica paraguaya que tenía una cara de dolor que mama mía. Le decía, te van a mandar a hacer análisis de todo, vas a ver, te van a poner una inyección ahora. La señora tenía la necesidad de anticipar más o menos cuánto tardaríamos cada uno con el médico, para calcular cuánto faltaba para que la atendieran a ella. Yo rogaba que no me preguntara a mí que me pasaba. No quería explicar mis larvas ante tal auditorio. Imagino que les cagaría la competencia. La gente suele competir, quién está más complicada, no, y a mí me operaron tres veces del estómago, y yo… sobretodo en estos micromundos-climas que son las salas de espera. O no, en realidad no, había una señora con un ano contranatura, que estaba re podrida de esperar. Sus sobrinos le habían tirado por equivocación la caja de medicamentos a la basura. Un bajón, pobre. No voy a esperar veinte negras adelante mío, dijo enfurecida y se paró y abandonó la salita. Una menos, seguro pensó la señora impaciente.
Bueno, el médico volvió. Me indicó vaselina sólida y gasa para que la bicha no pueda respirar y salga. Y andá a ver a una dermatóloga. Se reía más. Seguro se lo contó a sus amigos o a su novia esa noche. Y dijeron, no te puedo creer, qué asco.
En esos días en que esperaba mi turno con la dermatóloga, salieron dos. Juli, mi vecina,  las metió en un tarrito, que luego yo le habría de obsequiar a la dermatóloga.
Qué lindo, decía irónicamente la médica. También llamó por teléfono a una colega, investigó. Me dio esas pastillitas chiquitas que creo están fulminando a mis larvas. Volvé a verme el miércoles, me dijo, voy a probar con pinzas, sino puedo, habrá que intervenir quirúrgicamente, no te aseguro nada. Me llamó un día, me consiguió un remedio que era caro, me preguntó cómo estaba. Una copada. Todavía existen médicos copados.
El miércoles, fui convencida de que me las sacaría. Con mi acompañante dibujábamos en la sala de espera. Otra sala de espera más. Qué hacen, dijo ella cuando abrió la puerta del consultorio para hacerme pasar. Dibujamos, contesté yo. Y entré. Liliana, la dermatóloga, escarbó delicadamente –para mi gusto- No pudo sacarlas. Conversaba. Yo sentía como los bichos pinchaban. Me dijo que había pensado lo del corte y que no daba, no valía la pena cortar por esto. Tomate otra de esas pastillitas y se van a morir.
La cosa es que cuando mueran, mi cuerpo decidirá qué hacer, si sacarlas o no.
Ahora espero. Que mi cuerpo gestione, resuelva. Me pican un montón pero ya no duele, y están como secas.
En estos días me atacaron muchísimos mosquitos, entró una laucha en casa, cucarachas, arañas. Quizás las larvas hicieron que yo despida algo que atrae a los bichos. Quién sabe. Quizás entre en una metamorfosis kafkiana, y pasado mañana me encuentren mis vecinos convertida en mantis, o en babosa. Ojalá aguante hasta el miércoles, que tengo que ver otra vez a la dermatóloga y llevarle sus dos bonos bé.

2 comentarios:

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  2. Te adoro Guadis...cómo extrañaba leer tus cosas...si me pasa algo lindo el resto de día es de "yapa" con esto tengo de sobra para regosijar mi alma...te quiero!!! y no creas que no pienso en tus picaduras y el invernadero de bichitos que es tu cuerpo jeje!!!

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