domingo, 18 de marzo de 2012

había una vez una mosca parte 2


Que estaban secas. Sí, eso pensaba. Fui el miércoles a la dermatóloga y se lo dije, mirá, ya pasó, ya están muriendo. Sí, dijo ella. Para verme con una lupa muy grande pasó un cable por encima de mis piernas, yo acostada con el vestido levantado, mirando a la pared. Me sacó la cascarita con su pinza. De vez en cuando yo levantaba la cabeza para mirar, no quería que la señora me sorprendiera con algún antídoto o jeringa sin previo aviso. Presionaba. Otra vez, suavemente. Anotó en su fichita lo que veía, que la lesión estaba menos inflamada y con cáscaras y sin infección. Supongo que a todo esto la larva decía yes, y festejaba un día más de vida. Salí, agarré la bici, volví contenta. Se habían secado.
Me preguntaron algunas gentes qué pasó. A esta altura hay varios sujetos siguiendo la historia casi culebrón de las larvas y yo. Calma. Se secaron. Qué bueno, dijeron todos.
Ese día a la noche, me toqué. Salió un líquido. Claramente la médica, en diversos encuentros, había asociado líquido a vida. Por eso si estaban secas, no estaban vivas. Pero resultó ser que debajo de la cascarita que me sacó la señora, había humedad aún. Mi cara cambió de color. Tuve otra vez el coraje de apretujar, en medio de un nuevo episodio de histeria, hasta sacar una larva considerablemente más grande que las dos anteriores. Grité, caminé de un lado a otro de la casa mientras Kari me miraba desde su serenidad. Se reía. Yo creo que también me hubiese reído. Tuve un rato en la mano la pinza de depilar, sujetando a mi tercer larva. Kari felizmente abrió la canilla del baño, le deseó buen viaje, y la tiró.
Eran cuatro, pensarán ustedes, falta una. A esa la rompí, en medio del intento, unos días antes. Saqué una partecita. Y el último día de este trauma, salieron sus pelitos negros, sueltitos, como papel picado. 
Así concluye esta secuencia. Espero. 
Espero que no haya Había una vez una mosca parte 3.

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